miércoles, 26 de marzo de 2008

Nota Página12 (c)

Opinión
La plaza de las Trillizas
Por Sandra Russo
Hace rato que el campo seduce a la ciudad, tanto como la ciudad seduce al campo. “Yo estoy con el campo”, se leía ayer en las pancartas cuadraditas que exhibían jóvenes de look Cardon, una marca que, dicho sea de paso, tiene en Palermo su “torre rural”. Parece una bizarrada argentina, y acaso lo sea, pero en el sitio web de la marca que impuso la ropa de estancia entre jóvenes y adultos que de estancieros tienen poco, se indica que sus emprendimientos inmobiliarios se originaron en el deseo de que la gente del campo “se sienta en la ciudad como en su casa”.
Algunos barrios de esta ciudad, anoche, estuvieron con el campo, aunque no se sepa muy bien cuál es el lazo que se estrecha, más allá del espanto que los une, y que es el gobierno kirchnerista. Iba a pasar tarde o temprano, pero seguro iba a pasar ante alguna señal concreta de que había llegado la hora de redistribuir un poco, un poquito, algo de lo que tienen y nunca en la historia han cedido de buena fe o buena gana.
Las Trillizas de Oro lo supieron antes que muchos, y por eso hicieron buenos matrimonios: acabado hace rato su cuarto de hora, las chicas fueron noticia solamente porque las tres eligieron casarse con polistas. Hay un glamour polista que recoge cierta muchachada bilingüe, un toque de distinción en alpargatas, un manierismo de mate con la peonada, un aire de familia numerosa y divina que aunque argentina, es rubia y fina. La base social y cultural del nicho citadino que no tiene empacho en arrebatarles a los piqueteros sus piquetes y que desembarcó en las calles con entusiasmo de debutante, encanto del polista.
A propósito, el lunes 24 me equivoqué de marcha, y en lugar de ir a la de los organismos de derechos humanos aterricé en la de las agrupaciones de izquierda. Quien se atuviera a lo que allí se megafoneaba, jamás hubiese comprendido este país, que un día después, un solo día, ofreció en el mismo escenario el espectáculo del sector agropecuario forzando rebelión en la granja.
A pesar del arrebato con el que estas líneas están siendo escritas, hay al menos un par de cosas claras. Quien votó a Cristina Kirchner se presume que votó algo parecido a lo que pasa. Medidas que redistribuyan riqueza. ¿Por qué hasta ahora no se tomaron medidas como éstas? Porque medidas como éstas no son gratis. Porque la riqueza no se suelta. Porque no hay lógica ni ideología capaces de arrancarle a un sector privilegiado algo de lo que tiene. Porque a la redistribución de la riqueza hay que acompañarla y sostenerla y defenderla de la reacción que provoca. Porque para acompañar un proceso de redistribución de recursos y de asignación de torta hay que hablar claro, tener coraje y poner el cuerpo y la cabeza a favor de ese cambio. Porque es más fácil, desde un progresismo previsible, rancio y fofo, seguir boludeando con el bótox o las carteras de la Presidenta.
Hoy hay miles de personas en las calles con pancartitas que dicen “Yo estoy con el campo”, sin que eso signifique otra cosa que estar en contra de este gobierno y de las medidas que pueden rozarles las ganancias. Así ha sido siempre. Siempre han estado a favor de quien les done favores y en contra de quien se los recorte. No los mueve nada más que el bolsillo. No hay otra ideología que el bolsillo, aunque usen alpargatas y salgan de padrinos del hijo de un peón.

Nota Página12 (b)

Opinión
No importa nada
Por Alfredo Zaiat
Telefónica y Telecom deciden cortar el servicio de telefonía porque consideran que su rentabilidad no es la adecuada y para restablecerlo exigen un aumento de tarifas. Edesur y Edenor informan que en reunión de directorio adoptaron una medida que afectará a los usuarios porque los dejaran sin luz ante la tosudez de un gobierno que no quiere subir las tarifas. Las empresas de colectivos, las grandes y las pequeñas, impulsan un lockout ante lo que evalúan como una política oficial equivocada de no elevar el precio de los boletos. Las petroleras YPF, Shell, Esso y Petrobras dejan de abastecer las estaciones de servicios para enviar el mensaje que quieren cobrar las naftas más caras. Empresas oligopólicas productoras de alimentos, como Molinos de Pérez Companc y Ledesma de Blaquier, interrumpen los envíos al mercado, porque están en contra de la intervención de la Secretaría de Comercio.
La mayoría pensaría que resulta descabellada esa respuesta empresaria, comportamiento que se definiría como antisocial y perturbador. ¿Cuál sería la reacción mediática ante semejante presión patronal que afecta a millones, en especial a los más vulnerables? ¿Dejar sin teléfono, luz, medios de transporte, combustible y alimentos sería aplaudida, acompañada y festejada con cacerolazos? Da la impresión de que no, aunque no habría que descartar sorpresas entre los que ya se sabe e incluso en algunos progresistas culposos. Ahora bien, para evitar confusiones, la protesta del campo es un lockout patronal, ya sea de pequeños, medianos o grandes productores. Se trata de la respuesta del capital a una medida del Gobierno. Y la acción es tan virulenta como la que tiene con los trabajadores o peones rurales en situaciones de máxima tensión. No importa nada, salvo preservar la rentabilidad del capital. En este caso “nada” implica vaciar góndolas de supermercados y estantes de los almacenes. Pocas medidas patronales han sido de tan manifiesto desprecio hacia el prójimo. Y lo que no deja de asombrar es que la mayoría de los medios pueda considerar “justa” semejante agresión a la población. Porque no sólo faltará carne, leche y otros alimentos, sino que sus precios subirán ante la escasez, produciendo el doble efecto de angustia por el desabastecimiento y por el deterioro del poder adquisitivo. Esto no significa que los pequeños y medianos productores no necesiten atención con políticas específicas y de promoción por parte del Gobierno, que parece ignorar la diversidad de agentes en el campo. Pero cuando las demandas ya dejan de ser por una estrategia sectorial, para convertirse en un de-sestabilizador político, económico y social, los dirigentes que dicen representar a los castigados del campo debería alejarse de sus pares que no dudarían en cualquier otro momento de aplastarlos, como la historia bien enseña.


azaiat@pagina12.com.ar

Nota Página12 (a)

Opinión
Una giornata particolare
Por Mario Wainfeld
La cobertura televisada en vivo del discurso presidencial pretendió sugerir que las bazas se estaban dirimiendo. En realidad, las cartas de ayer ya estaban echadas, a la tardecita. Las entidades “del campo” anunciaron horas antes la prolongación de su lockout con cortes de rutas por tiempo indeterminado, hasta que se retractara la implantación de las nuevas escalas de las retenciones y su movilidad. Hablaron de su ánimo de negociar pero, en un sinsentido llamativo, lo supeditaron a una rendición. La oferta, bien mirada, era una remake agreste del Tratado de Versalles. Era muy dudoso que Cristina Fernández tuviera en carpeta otro tipo de réplica pero con la presión de la acción directa, al grito de “quiero retruco”, contestó “quiero valecuatro”.
La partida no ha terminado pero es obvio, con el tablero a la vista, que ayer “el campo y la oposición política (que encontró un nicho de oportunidad) ganaron unos porotos.
El Gobierno, desde el vamos, no fue hábil para espigar entre los reclamantes. Soportó, en algún sentido alentó, que se unieran en la protesta. Ayer sucedió que recibieron apoyos ajenos a la mera lógica corporativa. Seguramente no hubo transiciones del oficialismo a la oposición. Los barrios porteños que se galvanizaron (los del norte), los rostros de las movilizaciones sugieren un corte de clase. Es verosímil que no hayan salido a la calle muchos (acaso ninguno) de quienes votaron a Cristina para presidenta.
Pero el oficialismo cometió el desliz de permitir que se ampliara el apoyo a sus antagonistas. Tanto que varios gobernadores que se supone son “del palo” hacían piruetas ayer para no malquistarse con la Casa Rosada pero propalaban gestos cada vez más conspicuos para que se abriera una instancia de negociación.
- - -
Estilo CFK: La presentación de la Presidenta mantuvo sus rasgos de estilo. Un discurso claro, articulado, bastante sofisticado para los que miran compactos por tevé. Su defensa del “modelo” fue lógica y bastante precisa. Defendió la validez de las retenciones como puntal de una política económica que sirvió para salir de la crisis. Y explicó la utilización estatal de los recursos provenientes de los impuestos. Defendió una política económica que ha producido resultados aceptables, inimaginables años atrás y la validez de un impuesto que siempre fue resistido por los sectores del agro. A diferencia de otros espadachines mediáticos del Gobierno, no se ciñó sólo al valor recaudatorio de la gabela, también su necesidad para desacoplar a los precios domésticos de productos básicos del arrastre de los precios internacionales.
Definir si tiene razón en ese encuadre general, obliga a una toma posición política. La controversia no es un hallazgo del siglo XXI, viene de muy lejos. La dieta de los argentinos se integra comiéndose buena parte de los principales productos exportables. La bonanza del campo en general ha derivado en precios siderales de productos básicos y las tensiones entre la cadena agropecuaria exportadora y un tramo importante de los sectores populares es uno de los hilos conductores de los conflictos de nuestra historia.
En un período de crecimiento esa contradicción fue sobrellevada, no sin resquemores, por el gobierno de Néstor Kirchner que también soportó lockouts y quejas por estar asesinando a la gallina de los huevos de oro. La mala onda entre éste y otros gobiernos peronistas (salvo el de Carlos Menem que no fue de esplendor para “el campo”) es otra constante nacional. La palabra agresiva de varios piqueteros de ayer, visiblemente productores pequeños y no multimillonarios, evocaba los discursos más flamígeros de la Sociedad Rural, aquellos en los que se comenta que el campo hizo la grandeza de la patria. Una mirada seria sobre la distribución de la riqueza y la extensión de la justicia social en esos lapsos, autoriza a ser escéptico. Y a convocar a la modestia sectorial, base de toda convivencia social civilizada.
Así las cosas, en la lectura de este cronista, en su sesgo general, el Gobierno tiene razón en defender las líneas maestras de su política económica que fue convalidada por un margen amplio en las elecciones de octubre pasado. Pero algo faltó.
- - -
Lo que faltó: A Cristina Fernández de Kirchner le faltó algo que es una larga carencia de su fuerza. Matizar al adversario, predisponer una salida conversada. No ceder a las presiones es un principio básico de gobernabilidad, indeclinable. No es sensato suponer que un gobierno naciente se permita burlar esa bolilla uno.
Pero el Gobierno todo (y la Presidenta) ayer descuidó condimentar su gobernabilidad con uno de los mandatos del sistema democrático: mantener instancias de negociación permanente con todos los sectores, incluidos los díscolos. Cristina Kirchner, puesta a confrontar con quienes la habían desafiado, descuidó diferenciar a su interior a los “grandes” de los “pequeños y medianos”. Y abrir una ventana pública para salir de la pura confrontación.
- - -
Lo que se juega: Los dirigentes “del campo” ayudan poco. Los grandes se invisibilizan en el discurso escudándose detrás de los pequeños mientras se valen de su bronca. La intransigencia de las cuatro entidades no se puede explicar por motivos económicos (a muchos de ellos les sigue yendo bomba) ni por estar “desbordados” por sus bases, argumento que ningún líder que aspira a negociar puede invocar gratuitamente. Digámoslo paradojalmente para luego explicarlo: ya no se discute lo que se discute.
Todo paro (incluidos los patronales) es político porque supone disputa de la riqueza. Este lo es, además, porque se quiere limar al Gobierno. No se discuten ya las retenciones a la soja (el precio internacional bajó en estos días tornando virtual por ahora el supuesto casus belli), si así fuera no habría movida de los tamberos, los maiceros o los productores de carne. Lo que se busca es una mejor posición relativa frente a un gobierno al que (como dice bien Cristina) en un momento necesitaron pero (como registran ellos) sigue pidiéndoles esfuerzos que otros les dispensarían.
Se ha establecido una suerte de caso piloto. Los propietarios agropecuarios quieren recuperar parte del poder que perdieron en estos años, alienados de Palacio aunque no del crecimiento y sus pitanzas.
El oficialismo sospecha que, si cede, generará un precedente que podrá ser reprisado por otros actores capaces de cortar calles. Y que la oposición encontró en el entuerto un atajo para buscar descompensarlo, tras su traspié electoral en 2007, en un año en que las urnas no hablarán.
- - -
Polarizaciones: Más allá de las razones relativas, sobre las que ya se habló, hay dos factores que inducen a la preocupación. El primero es la exacerbación de planteos binarios vetustos pero no removidos de la cultura política: campo versus ciudad, peronistas versus gorilas, clases medias urbanas versus trabajadores sindicalizados. Esas díadas no fueron demasiado fértiles en los últimos 50 años, o en el mejor de los casos se agotaron. Su reaparición en tantos relatos es una mala nueva en una sociedad que es más plural, más democrática, más compleja y, básicamente, distinta de lo que era medio siglo atrás.
La crónica cuenta que hubo llamadas telefónicas cruzadas y algunas propuestas que el Gobierno fue dando a conocer de modo parcial. También exhortaciones de sectores no cándidos (jerarquía de la Iglesia Católica sin ir más lejos), que igualmente pueden tener su funcionalidad. Más allá de las ventajas que busca cada uno, la responsabilidad de todos es descomprimir.
Quizá el primer reflejo del Gobierno, el que se maceró ayer muy tarde en la Casa Rosada en la reunión entre la presidenta, Alberto Fernández y Martín Lousteau, sea doblar la apuesta.
Suena más sensato y sistémico sacarle punta al planteo que hiciera al cierre de esta nota Hermes Binner: la búsqueda de consensos extendidos.
Tal vez sea el momento de proponer una agenda muy amplia, que interpelara a ausentes de la brega que tienen algo que añadir: corporaciones de la industria, gobiernos provinciales, asociaciones de consumidores. Y desde luego, los trabajadores del campo, de momento bastante alienados de la bonanza general.
- - -
Necesidades: El Gobierno debe tender la mesa y habilitar el diálogo, algo que le cuesta horrores. Y la dirigencia “del campo” debe hacerse cargo de la lesividad de su medida de fuerza. Esa lesividad cargará sobre la ciudadanía en su conjunto y, por razones evidentes, gravará más a los de menos recursos. Nadie debe sustraerse a las consecuencias de sus acciones. Incitar al desabastecimiento de insumos de la canasta familiar (desde el comienzo de los tiempos y más en este Sur) es una herramienta tradicionalmente golpista que cualquiera que se proclame democrático debería archivar.