Opinión
Una giornata particolare
Por Mario Wainfeld
La cobertura televisada en vivo del discurso presidencial pretendió sugerir que las bazas se estaban dirimiendo. En realidad, las cartas de ayer ya estaban echadas, a la tardecita. Las entidades “del campo” anunciaron horas antes la prolongación de su lockout con cortes de rutas por tiempo indeterminado, hasta que se retractara la implantación de las nuevas escalas de las retenciones y su movilidad. Hablaron de su ánimo de negociar pero, en un sinsentido llamativo, lo supeditaron a una rendición. La oferta, bien mirada, era una remake agreste del Tratado de Versalles. Era muy dudoso que Cristina Fernández tuviera en carpeta otro tipo de réplica pero con la presión de la acción directa, al grito de “quiero retruco”, contestó “quiero valecuatro”.
La partida no ha terminado pero es obvio, con el tablero a la vista, que ayer “el campo y la oposición política (que encontró un nicho de oportunidad) ganaron unos porotos.
El Gobierno, desde el vamos, no fue hábil para espigar entre los reclamantes. Soportó, en algún sentido alentó, que se unieran en la protesta. Ayer sucedió que recibieron apoyos ajenos a la mera lógica corporativa. Seguramente no hubo transiciones del oficialismo a la oposición. Los barrios porteños que se galvanizaron (los del norte), los rostros de las movilizaciones sugieren un corte de clase. Es verosímil que no hayan salido a la calle muchos (acaso ninguno) de quienes votaron a Cristina para presidenta.
Pero el oficialismo cometió el desliz de permitir que se ampliara el apoyo a sus antagonistas. Tanto que varios gobernadores que se supone son “del palo” hacían piruetas ayer para no malquistarse con la Casa Rosada pero propalaban gestos cada vez más conspicuos para que se abriera una instancia de negociación.
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Estilo CFK: La presentación de la Presidenta mantuvo sus rasgos de estilo. Un discurso claro, articulado, bastante sofisticado para los que miran compactos por tevé. Su defensa del “modelo” fue lógica y bastante precisa. Defendió la validez de las retenciones como puntal de una política económica que sirvió para salir de la crisis. Y explicó la utilización estatal de los recursos provenientes de los impuestos. Defendió una política económica que ha producido resultados aceptables, inimaginables años atrás y la validez de un impuesto que siempre fue resistido por los sectores del agro. A diferencia de otros espadachines mediáticos del Gobierno, no se ciñó sólo al valor recaudatorio de la gabela, también su necesidad para desacoplar a los precios domésticos de productos básicos del arrastre de los precios internacionales.
Definir si tiene razón en ese encuadre general, obliga a una toma posición política. La controversia no es un hallazgo del siglo XXI, viene de muy lejos. La dieta de los argentinos se integra comiéndose buena parte de los principales productos exportables. La bonanza del campo en general ha derivado en precios siderales de productos básicos y las tensiones entre la cadena agropecuaria exportadora y un tramo importante de los sectores populares es uno de los hilos conductores de los conflictos de nuestra historia.
En un período de crecimiento esa contradicción fue sobrellevada, no sin resquemores, por el gobierno de Néstor Kirchner que también soportó lockouts y quejas por estar asesinando a la gallina de los huevos de oro. La mala onda entre éste y otros gobiernos peronistas (salvo el de Carlos Menem que no fue de esplendor para “el campo”) es otra constante nacional. La palabra agresiva de varios piqueteros de ayer, visiblemente productores pequeños y no multimillonarios, evocaba los discursos más flamígeros de la Sociedad Rural, aquellos en los que se comenta que el campo hizo la grandeza de la patria. Una mirada seria sobre la distribución de la riqueza y la extensión de la justicia social en esos lapsos, autoriza a ser escéptico. Y a convocar a la modestia sectorial, base de toda convivencia social civilizada.
Así las cosas, en la lectura de este cronista, en su sesgo general, el Gobierno tiene razón en defender las líneas maestras de su política económica que fue convalidada por un margen amplio en las elecciones de octubre pasado. Pero algo faltó.
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Lo que faltó: A Cristina Fernández de Kirchner le faltó algo que es una larga carencia de su fuerza. Matizar al adversario, predisponer una salida conversada. No ceder a las presiones es un principio básico de gobernabilidad, indeclinable. No es sensato suponer que un gobierno naciente se permita burlar esa bolilla uno.
Pero el Gobierno todo (y la Presidenta) ayer descuidó condimentar su gobernabilidad con uno de los mandatos del sistema democrático: mantener instancias de negociación permanente con todos los sectores, incluidos los díscolos. Cristina Kirchner, puesta a confrontar con quienes la habían desafiado, descuidó diferenciar a su interior a los “grandes” de los “pequeños y medianos”. Y abrir una ventana pública para salir de la pura confrontación.
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Lo que se juega: Los dirigentes “del campo” ayudan poco. Los grandes se invisibilizan en el discurso escudándose detrás de los pequeños mientras se valen de su bronca. La intransigencia de las cuatro entidades no se puede explicar por motivos económicos (a muchos de ellos les sigue yendo bomba) ni por estar “desbordados” por sus bases, argumento que ningún líder que aspira a negociar puede invocar gratuitamente. Digámoslo paradojalmente para luego explicarlo: ya no se discute lo que se discute.
Todo paro (incluidos los patronales) es político porque supone disputa de la riqueza. Este lo es, además, porque se quiere limar al Gobierno. No se discuten ya las retenciones a la soja (el precio internacional bajó en estos días tornando virtual por ahora el supuesto casus belli), si así fuera no habría movida de los tamberos, los maiceros o los productores de carne. Lo que se busca es una mejor posición relativa frente a un gobierno al que (como dice bien Cristina) en un momento necesitaron pero (como registran ellos) sigue pidiéndoles esfuerzos que otros les dispensarían.
Se ha establecido una suerte de caso piloto. Los propietarios agropecuarios quieren recuperar parte del poder que perdieron en estos años, alienados de Palacio aunque no del crecimiento y sus pitanzas.
El oficialismo sospecha que, si cede, generará un precedente que podrá ser reprisado por otros actores capaces de cortar calles. Y que la oposición encontró en el entuerto un atajo para buscar descompensarlo, tras su traspié electoral en 2007, en un año en que las urnas no hablarán.
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Polarizaciones: Más allá de las razones relativas, sobre las que ya se habló, hay dos factores que inducen a la preocupación. El primero es la exacerbación de planteos binarios vetustos pero no removidos de la cultura política: campo versus ciudad, peronistas versus gorilas, clases medias urbanas versus trabajadores sindicalizados. Esas díadas no fueron demasiado fértiles en los últimos 50 años, o en el mejor de los casos se agotaron. Su reaparición en tantos relatos es una mala nueva en una sociedad que es más plural, más democrática, más compleja y, básicamente, distinta de lo que era medio siglo atrás.
La crónica cuenta que hubo llamadas telefónicas cruzadas y algunas propuestas que el Gobierno fue dando a conocer de modo parcial. También exhortaciones de sectores no cándidos (jerarquía de la Iglesia Católica sin ir más lejos), que igualmente pueden tener su funcionalidad. Más allá de las ventajas que busca cada uno, la responsabilidad de todos es descomprimir.
Quizá el primer reflejo del Gobierno, el que se maceró ayer muy tarde en la Casa Rosada en la reunión entre la presidenta, Alberto Fernández y Martín Lousteau, sea doblar la apuesta.
Suena más sensato y sistémico sacarle punta al planteo que hiciera al cierre de esta nota Hermes Binner: la búsqueda de consensos extendidos.
Tal vez sea el momento de proponer una agenda muy amplia, que interpelara a ausentes de la brega que tienen algo que añadir: corporaciones de la industria, gobiernos provinciales, asociaciones de consumidores. Y desde luego, los trabajadores del campo, de momento bastante alienados de la bonanza general.
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Necesidades: El Gobierno debe tender la mesa y habilitar el diálogo, algo que le cuesta horrores. Y la dirigencia “del campo” debe hacerse cargo de la lesividad de su medida de fuerza. Esa lesividad cargará sobre la ciudadanía en su conjunto y, por razones evidentes, gravará más a los de menos recursos. Nadie debe sustraerse a las consecuencias de sus acciones. Incitar al desabastecimiento de insumos de la canasta familiar (desde el comienzo de los tiempos y más en este Sur) es una herramienta tradicionalmente golpista que cualquiera que se proclame democrático debería archivar.