domingo, 4 de octubre de 2009

Mercedes


No pude ni puedo todavía evitar el llanto y el desconsuelo. Lloro con llanto de nena, no de la mujer que ya hace rato que soy y que aprendió a llorar como mujer por cosas de mujer; ese llanto de nena que llora porque tiene miedo, o se ha perdido, o se ha quedado sola. Un llanto que me hace ovillo y me roba aire y me esconde la cara entre las manos. Entonces llamo a mi papá –que siempre está lejos, pero tan cerquita- para decirle mi llanto. Lo llamo y le cuento lo que ya sabe, que murió Mercedes. Se lo cuento como cuando era chiquita y corría a mostrarle una herida y a relatarle mi dolor y sus instancias. Lo llamo para que me diga, como entonces, sus palabras que sanan: no llores, ya pasa, rescatá lo bello.
Y ahora respiro más hondo y sé que en un rato voy a reponerme, porque para cantar con Mercedes necesito mi voz limpia, brillante. Y quiero cantar. En un rato voy a reponerme y a dejarme de lado, y a rescatar la belleza. Porque tengo que brindar por Mercedes y su maravilla con alegría. Y no se puede brindar por la belleza con el corazón triste.